¿Qué sabemos de Chihuahua?
Por Carlos López
Pero ¿Qué sabemos de Chihuahua? Sabemos de algunos viajeros e investigadores que han explorado la recóndita sierra del norte de México; hacia finales del s. XIX el famoso antropólogo Carl Lumholtz iniciaba su travesía hacía una de las más largas y concienzudas exploraciones de la Sierra Madre Occidental, quien, armado de un enorme equipo, miles de pesos, numerosos especialistas, guías y animales de carga, entre otras muchas cosas, llega a Sonora y desde allí exploraría diversas poblaciones de la sierra. A él le motivaba encontrar similitudes entre los actuales pobladores y los antiguos con la intensión de “llenar los huecos en la historia de la humanidad”. A nosotros solo nos mueven profundizar un poco en los aromas y sabores que los rodean.
Ya sin la necesidad de llegar por tierra, con equipo moderno más ligero, sin un grupo de investigadores, pero con las mismas ansias que aquel ilustre viajero, nos acercamos a nuestro sitio de interés. De “El México desconocido” de Lumholtz recordamos como describe cierto “olorcillo” de los tarahumaras que ellos no alcanzaban a percibir, aunque sí distinguían el olor a cerdo los mexicanos y el olor a café de los americanos, ambos considerados por ellos como desagradables. Esta narración nos impulsa a indagar sobre los vínculos entre las experiencias de oler y saborear con la construcción de significados, afectos e identidades en Chihuahua.
Vuelo hacía Chihuahua desde el este. En el cielo se aprecia la Sierra Madre Oriental donde arrecia una tormenta, el verdor y las nubes inundan el paisaje; al otro lado las nubes desaparecen y el verdor se difumina en ocres, cafés y marrón. El sol y el azul del cielo dominan el espacio, las pocas nubes que quedan lucen afiladas, delgadas y distantes. El primer olor que me llega al bajar del avión es el del asfalto caliente, el polvo, la tierra, el sol, aunque suene extraño huele a sol; huele a el sol impactando las láminas de los autos, las hojas de los árboles, el pavimento de la ciudad, las casas de adobe, todo desprende el aroma del sol.
Afortunadamente a la llegada nos esperan los amigos con un agasajo. La familia Ramírez Báez, que tiene raíces en Batopilas, nos recibe con chamorro de res en salsa de chile morita, tortillas de harina hechas en casa y una larga sobremesa en la que no faltó un buen trago de lechuguilla, que al igual que el sotol, se trata de un aguardiente muy sabroso, cristalino y espeso, que capta inmediatamente a los sentidos. La palabra lechuguilla es un término castellano usado para denominar de forma de homónima a algunos tipos de magueyes y a los aguardientes (y hasta un fermento en Jalisco) que se obtienen de ellas.
La bienvenida a Chihuahua se torna agradable y llevadera después de un cansado viaje, pero como bien diría Lumholtz: “Los maravillosos colores del atardecer, el brillo del sol, la paz de las noches y la expectación que antecede al amanecer son fuentes de placer constante en el viajero”.
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